Hoy, 31 de agosto, la Iglesia celebra la conmemoración de la Virgen de las Lágrimas, una advocación mariana que ha marcado la historia de fe de miles de devotos en todo el mundo. Esta celebración tiene sus raíces en las apariciones y hechos milagrosos asociados a la imagen de la Santísima Virgen, que ha derramado lágrimas en diversas ocasiones como un signo de su profundo dolor por los pecados del mundo y su compasión por el sufrimiento humano.
La historia más conocida se remonta a la imagen de la Virgen de Siracusa en Sicilia, que entre 1953 y 1954 derramó lágrimas humanas. Este milagro, reconocido por la Iglesia, se convirtió en un símbolo de esperanza y consuelo para los fieles, un recordatorio de que la Virgen acompaña a sus hijos en sus tribulaciones, compartiendo su dolor y ofreciendo su intercesión.
La devoción a la Virgen de las Lágrimas nos invita a reflexionar sobre el dolor de la Virgen María como madre, quien sufre con cada uno de sus hijos. Sus lágrimas no son solo un signo de tristeza, sino también una llamada a la conversión, a la reconciliación y a la fe. En un mundo lleno de desafíos y dificultades, esta advocación nos recuerda que no estamos solos en nuestras penas; que hay una madre celestial que nos consuela, nos abraza y nos guía.
La celebración de la Virgen de las Lágrimas es una oportunidad para renovar nuestra fe, para buscar consuelo en tiempos de angustia y para recordar el poder del amor y la compasión que nos ofrece la Virgen María.
